Cuento: Lady Susan y los siete jardineros

La escritora miró por la ventana y vio al viejo jardinero que atendía las rosas. Tomó inspiración en su labor y escribió:

Lady Susan había dedicado dos años de su vida a llorar a su marido muerto. Cuando al fin pudo perdonarlo, se quitó el velo. Miró por la ventana y vio al jardinero, un hombre viejo que seguía cultivando las rosas. «La vida continúa», se dijo a sí misma, y mandó cortar un ramo.

Dio por terminada su obra y se la mandó al editor, quien se la devolvió con una crítica mordaz: «¡El final carece de impacto! Recuerda la tríada de supervivencia: deseo, miedo y repugnancia. ¡Remueve las emociones primordiales de tu lector! ¡No diluyas la fuerza del final con un ramo de flores!».

Pensando que quizá un ligero romance podría aderezar el desenlace, ella escribió:

Miró por la ventana y vio al jardinero, un hombre joven y apuesto que cultivaba las flores. Él posó los ojos en Lady Susan, y ella se turbó. Con la excusa de pedir un ramo de rosas, fue a su encuentro. Sí, la vida continuaba, más vigorosa que nunca…

«¡No vas a convencer ni a una quinceañera! ¡Más seducción!», instigó el editor.

…vio al jardinero, un hombre joven, apuesto y fornido que, sudoroso bajo el incandescente sol, se había sacado la camisa. Lady Susan se detuvo en sus anchos pectorales y se le abrió el apetito, subyugado durante dos años de abstención. Con la excusa de darle órdenes, lo hizo llamar a su aposento. Bastó una mirada sugestiva para que él percibiera su deseo. Ella se arrancó el corsé y lo invitó a embeber su cuerpo sediento en fluidos…

Fuente: Pixabay

«Mejor, mejor… Pero el erotismo no es lo tuyo. Busca algo más trágico».

Vio al jardinero. Ese día, especialmente frío y gris, el hombre vestía de negro, como si fuera a escoltar un cortejo fúnebre. Las rosas se tornaron oscuras. Lágrimas de sangre cayeron de los pétalos y Lady Susan sollozó con las flores agonizantes. Dos años de duelo y no había podido aplacar su tristeza. Desconsolada, ordenó al jardinero que arranque todas las rosas y con ellas hizo un lecho. A medianoche se acostó recordando a su marido y murió una muerte lenta, cercenada por las espinas.

«Si matas a Lady Susan, no puede haber secuela», le recordó el editor.

Vio al jardinero, un hombre de semblante siniestro con quien cruzó miradas por un segundo. En ese mismo instante la verdad se desveló en su mente: la noche en que falleció su marido misteriosamente, había rosas recién cortadas. El perfume era tan fuerte que enmascaraba los olores putrefactos del difunto. Ella no había pedido cortar rosas. Su marido detestaba las rosas. Con la pistola entre los pliegos de su vestido, llamó al jardinero para encararlo. El hombre negó su participación, pero, ante la agitación de Lady Susan, asintió rogándole que bajara el arma. Ella disparó sin misericordia. «La vida continúa», pensó. Al menos, la de ella.

«Me gusta, pero has convertido una historia de amor en un crimen, una complicación innecesaria», criticó el editor.

Vio al jardinero y creyó ver a su marido, el mismo rostro, las mismas manos. Una imagen similar se apareció en el comedor cuando ella cenaba en soledad a la luz de las velas. El hombre le traía un ramo de rosas. Yacieron juntos en el lecho conyugal, contemplando el chisporroteo del fuego. Cuando amaneció, no había nadie, pero las flores estaban allí. Llamó al ama de llaves y le preguntó por el jardinero. La mujer respondió que había renunciado hacía un mes. «¿Y quién se hace cargo del jardín, entonces?», preguntó Lady Susan. El ama se encogió de hombros.

Se cuenta que Lady Susan pasea con su esposo muerto por el jardín. De noche se ven dos siluetas y el resplandor de los leños a través de la ventana. Nadie sabe quién cuida las rosas.

«Fantasmas, no está mal. Aunque preferiría algo más espeluznante», concluyó el editor. 

Vio al jardinero y creyó ver a su marido… Embelesada, lo llamó: «¡Mi amor, mi amor!». El jardinero, un hombre joven, apuesto y fornido, temiendo por su trabajo, se dejó llevar por las circunstancias. Cuando ella se quedó dormida después de una noche de pasión desenfrenada, él se escabulló. Lady Susan, recobrando la cordura a medias, recordó el semblante del jardinero siniestro y lo acusó de atropello y ajamiento. Ella terminó en un sanatorio, enloquecida con la imagen de su marido muerto que se le aparecía en su aposento todas las noches con un ramo ensangrentado. El joven jardinero fue ahorcado en la Torre de Londres luego de sufrir torturas por un crimen que insistió no había cometido. Una niña raquítica y deforme nació meses después y fue encomendada a la secta de los Profanos. No se supo más de la heredera, se sospecha que fue vendida o murió de dengue.

La escritora, agotada por las emociones fuertes y harta de querer complacer al lector moderno, desistió. Miró por la ventana y vio al viejo jardinero que había trabajado para su familia por años. Atendía las rosas con devoción, día tras día. Eran su arte y su vocación. La escritora salió a su encuentro con una jarra de té frío y lo invitó a descansar. «Lo que cultivas es hermoso», dijo ella. Él sonrió complacido. «Y lo que tú escribes es maravilloso», dijo el admirador de su arte.

Renovada por la cálida charla y la belleza de las flores, escribió:

Miró por la ventana y vio al jardinero, un hombre viejo que, a pesar de los años, seguía cultivando las rosas con devoción, sin importar la inclemencia del tiempo ni las incisiones de las espinas. «La vida continúa», se dijo a sí misma, y mandó cortar un ramo para su contemplación.

Su novela pasó desapercibida entre cubiertas de hombres corpulentos semidesnudos e historias de zombis, vampiros y juegos mortales. No le importó. Tomó un ejemplar y se lo regaló al viejo jardinero.

La dedicatoria en el libro decía:

«A los amantes de las flores».

14 comentarios sobre “Cuento: Lady Susan y los siete jardineros

    1. Gracias, Saricarmen. Me alegra que te haya gustado. Ella es ella, y debe escribir de corazón, aunque la audiencia le pida calamares. Siempre habrá alguien que coincida.
      PS: Hace tiempo que no leo nada tuyo… No dejes de hacerlo. Muchos cariños, Paula

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  1. Se confabulan diferentes situaciones (vivo en zona rural y la conexión a internet se ha deteriorado), y además, siento como una maraña de de pensamientos que traban mi inspiración. Pero nada es eterno, confío en recuperarme. Gracias por tu ánimo, Paula.
    Otro abrazo!

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    1. A la inspiración hay que dejarla descansar, hacer otra cosa por un tiempo. Yo estuve muy cansada este verano y escribí poco, pero me propuse empezar el 1ero de septiembre, con ganas o sin ganas, porque hay que continuar la práctica de una labor que nos hace felices. A la inspiración se la invita con gentileza, como diciendo, «no importa que estés flojita». Pero si la castigas porque no es firme, se va… Anímate, no hay como pensamientos confusos para escribir algo complejo. Explora esa maraña! 😊

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    1. Gracias, Joiel. Me alegra que te haya gustado. 😊 El villano hace su trabajo que es vender libros… En un mundo en que se prefieren los juegos mortales o lo erótico, una simple historia de amor con un ramo de flores al final pasa desapercibido. La escritora hace bien en desistir de vender libros y escribir solo por amor al arte. Habrá quienes ―tal vez pocos―, que aprecien sus «flores».

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    1. Gracias, Mayte. Me alegra que te haya gustado.😊 Muy cierto lo que dices, la tarea de reescritura es incluso más importante. Leí, no recuerdo dónde, que lo primero que se nos viene a la cabeza suele ser un cliché, por la inmediatez del pensamiento, y que hay que seguir hurgando. Sin embargo, yo pienso, como en el caso del relato, que a veces el instinto genuino es muy poderoso y la escritora hizo bien en escuchar su sentimiento inicial.

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