No estoy segura de que sea un libro para niños, quizá para los más pequeños, si es narrado por un adulto entusiasta y si se presta atención a los dibujos, porque es en esencia un libro triste. No es una aventura por lugares fabulosos (la escenografía es árida y austera; está formada por planetas minúsculos con árboles peligrosos que hay que desarraigar y un desierto despoblado); no hay personajes míticos o extraordinarios (hay un zorro común, una serpiente venenosa y personajes adultos con que la mayoría de los niños no se van a identificar), y no hay humor, lo que los niños disfrutan tanto.

Es la historia de un niño solitario y triste, quien ve puestas de sol para consolarse. Decide emprender un viaje porque está cansado de su única compañía, una rosa bella, pero vanidosa y quejumbrosa (un tema de amor adulto). En su trayecto, el niño acumulará sabiduría y decidirá si regresa o no a su planeta y a su rosa.
En realidad es un libro para evocar al niño que fuimos (en efecto, así lo introduce el autor: «A Leon Werth cuando era niño»). Sin embargo, no es para todos los adultos. Al adulto joven es natural que le interese lo visible: la búsqueda de una identidad, una posición financiera, encontrar pareja… (Yo leí este libro cuando fui adolescente y no entendí nada). Y este es un libro acerca de lo invisible: «lo esencial es invisible a los ojos» es la frase célebre de la historia.
Creo que este libro es para el adulto que reconoce que, cuando envejecemos, existe gran riesgo de volvernos serios, convencionales y desilusionados. Porque, a medida que pasa el tiempo, además de experimentar pérdidas y decepciones, vamos conformándonos con los estándares impuestos por la sociedad y olvidamos al niño interior: el que prefiere dibujar a estudiar gramática; el que vive con simpleza sin rutinas frenéticas; hace preguntas por curiosidad y no por desconfianza; se entretiene en el tiempo presente con un juguete; no busca fama ni riqueza y, principalmente, no sigue protocolos, dice lo que genuinamente piensa.
Esta historia es especial porque tiene un efecto nostálgico poderoso: nos hace añorar esa simpleza, honestidad e inocencia. Y nos permite cuestionarnos si estamos dedicando el tiempo a los asuntos «invisibles» que realmente valen la pena: la amistad y el amor verdaderos, vivir genuinamente, contemplar la belleza del mundo, disfrutar de los pequeños detalles…
El final, que se presta para varias interpretaciones, puede decepcionar o confundir a algunos y hacer llorar a otros. Yo opté por continuar con el tema de la inmaterialidad y, luego de mirar hacia las estrellas, rebusqué en mi interior a ese pequeño niño.
Creo haberlo leído con muchísimo placer ya a los 10 años, y en cada relectura me gusta más. Para mí es una pequeña joya. El placer de caminar hasta una fuente, la ilusión de esperar el encuentro con un amigo, el tiempo dedicado a algo/alguien, que lo hace tan valioso… No va tanto de ser niño, sino de tener alma de poeta.
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