El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde, es un libro fascinante, no solo por la belleza de la escritura, sino por el suspenso de la trama, la profundidad de los personajes, la riqueza del pensamiento del autor y las grandes cuestiones que la novela presenta.
Se podría decir que es un libro de filosofía, porque abarca innumerables temas existenciales: el valor de la belleza, el sentido de la vida ―si es sensorial o espiritual―, el propósito del arte, la coexistencia del bien y del mal, el hedonismo versus la modestia… La novela, además de atraparte irremediablemente en sus páginas por la agilidad e intensidad de la prosa, carga con más contenido del que aparentan sus frases.
Es un festín de aforismos y observaciones acerca de la humanidad. Me he deleitado en aquellos diálogos que parecen contiendas filosóficas. Dada la naturaleza compleja e intelectual de los personajes, este cruce de verdades resulta espontánea y no cae en la ostentación. Son justas palabras.
Es también un libro de psicología ―¿o psiquiatría?―, que sigue en detalle la evolución de la perversidad: la falta de empatía, el sadismo y el aumento de la crueldad a medida que se van excediendo las barreras de la moral.
Sin embargo, aparte de su material intelectual, es una historia fascinante, con una trama que te envuelve. Es, en suma, un libro de misterio ―¿o de horror?― acerca de un siniestro retrato, que no plasma un rostro, sino el alma de un ser humano. Si pudiéramos vernos por dentro, quizá nos horrorizaríamos también.
Absolutamente exquisita.