Micro: Cucú

Siempre le tendré miedo a los relojes cucú. Son macabros a pesar de su inocente apariencia. Usualmente, están hechos de madera oscura y son labrados como si fuesen los troncos de un árbol embrujado. A cada hora, un pájaro tieso y embalsamado aparece entre sus puertas y produce un tétrico cucú… cucú…

Mi aversión se originó el día que me atreví a cruzar el umbral de la mansión del señor Green, el relojero del pueblo, un viejo recluso, cuya inmensa colección de relojes —se contaba— había sido heredada de aquellos que fallecían repentinamente luego de dejarle un aparato para reparar. También se decía que había perdido parcialmente la vista al trabajar con demencia en las minúsculas maquinarias.

Ese día, azuzado por mis amigos del colegio, le robé a mi abuelo el reloj de bolsillo que había dejado de funcionar hacía años, y me enrumbé hacia la mansión. Temeroso toqué la puerta, pero como nadie me respondió, entré sin invitación. Un descomunal reloj cucú me embistió en el vestíbulo.

Me asomé por los pasillos y pude ver la vasta compilación de aparatos bajo el siniestro tictac de las máquinas sincronizadas. Era un cementerio negro de agujas, péndulos, cadenas… Finalmente atisbé al viejo relojero, quien, bajo la luz tenue de una lámpara, reparaba un reloj con el ojo que le quedaba.

Retrocedí asustado y busqué la puerta, pero, antes de poder huir, el enorme reloj cucú me emboscó y entre sus puertas diabólicas emergió el ojo cercenado del señor Green: ¡Craaaaaa…! ¡Craaaaaa…!

Corrí despavorido…

Fuente: Pixabay

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