La joven Sira sintió un hormigueo en el cuerpo. Se levantó irritada. Quería escapar, volar con su halcón hacia las alturas, pero la tormenta seguía azotando la aldea. Era peligroso aventurarse afuera. Las velas apenas alumbraban las oscuras paredes de su vivienda y se apagaban con frecuencia cuando se filtraba el viento por debajo de la puerta. Las pequeñas ventanas poco dejaban ver. La negrura de la noche era tal que parecía estar atrapada en una madriguera. Y el ruido de los árboles agitados y el eco siniestro del viento retumbaban en su pecho.
Dio vueltas como una fiera en su limitado espacio. El pan de centeno estaba por acabarse y también sintió hambre. Solo quería que acabe su suplicio, pero cuanto más deseaba que pasara la tormenta, más fuerte sonaban los truenos en su interior. Cuanto más deseaba estar libre, más oprimida se sentía entre sus cuatro paredes. Cuanto más quería ver la luz del sol, menos percibía.
Pensó que podía perder la razón si la tiranía de la naturaleza continuaba. Intentó desafiarla abriendo la puerta, pero una ráfaga helada le agrietó el rostro. Cerró el portón con toda su fuerza y gritó conjuros en la desesperación; sin embargo, su voz era acallada con cada estruendo. Se sintió impotente ante su poder y exhaló rendida.
Buscó paz en su interior. Quiso comprender en lugar de resistir. Le habló la Sabiduría en su interior:
No es tu enemiga. No vino a atemorizarte, ni a vengarse. Las tormentas son danzas. A ti te asusta su música porque las llamas negras y dolorosas, pero es solo un movimiento de esta Tierra que está con vida. Crees que tu intelecto superior puede dominarlo todo. Pero no es así. Si te atreves a volar hoy, perecerás como un pequeño gorrión con las alas quebradas bajo su potente ajetreo. Entiende, no somos amos, somos huéspedes y debemos respetar sus ritmos. Debemos trabajar juntos para mantenernos vivos.
No las llames ni negras ni blancas, son solo danzas. Habrá las que, a tu juicio, te llenen de terror o de ilusión. No las nombres, solo siente que algunas son más fuertes y otras más calmas. Si te atemorizan, da un paso atrás y espera. No las resistas, déjalas ser.
Sira se sintió más serena y se acercó a una ventana. Y con una actitud más humilde aceptó su futilidad. Cuando su respiración se aquietó, pudo ver el movimiento rítmico de las ramas y oír la cadencia de las hojas. Las de color dorado se desprendían, se alzaban hacia el cielo y desaparecían como una bandada de aves. Los rayos resplandecían y su potente luz blanca fulguraba detrás de los pinos. Los truenos tamboreaban y la lluvia golpeteaba. Era una danza…
